jueves, 24 de marzo de 2011

El oído absoluto / Marcelo Cohen

No hay peor sordo
que el que no la lee
La misma pregunta que se le hizo al policial argentino se le hizo a la ciencia ficción argentina, con la diferencia que ésta última tuvo pocas respuestas. En el caso del policial negro la pregunta fue: ¿cómo trasladar un género donde el policía es el héroe a una sociedad (no solo argentina: tercermundista) donde el policía no solo no es héroe sino que además es simbolo de delito.

Las respuestas se fueron dando a través de novelas donde la figura ética lo dejaba de lado y era desplazaba hacia periodistas, hacia investigadores un tanto ad hoc, hacia la figura misma del delincuente, o hacia historias donde lo negro de la sociedad manchaba todo sin necesidad de poner policías o ladrones (por ej. Ultimos días de la víctima).
En el caso de la ciencia ficción, el cuestionamiento se hace sobre el siguiente punto: cómo desarrollar peripecias donde la tecnología ocupa un lugar preponderante hacia sociedades donde lo tecnológico es de segunda mano, donde se trabaja con los residuos recibidos del primer mundo.

 

Hay intentos al respecto: algunos mejores, otros no tanto, pero siempre con un costado costumbrista y fantástico, quizá derivado de la impronta establecida por Bioy Casares y Borges. Pocos son, en cambio, los que intentaron hacer una ciencia ficción más dura y así alejarse de dichos antecedentes literarios. No sé: de lo mejorcito, recuerdo un cuento de Marcelo Figueras publicado en una antología hace veinte o treinta años (debería levantarme y buscarla: otro día); un fallido libro de Carlos Gardini que empieza con todo, pero que no sigue igual (El libro de la tierra negra); dicen que también Eduardo Carletti, aunque no lo leí; en fin. Casos contados.

Pero sin dudas (y aquí llegamos) el que mejor entendió por dónde iba la cosa, el que mejor leyó y trasladó a autores norteamericanos e ingleses como Dick, Ballard, Priest, es (ya lo habrán visto en el título) Marcelo Cohen, que escribió unos primeros libros horribles, pero que luego fue encontrado su tono y su mundo. El antes y el después de su escritura lo constituyó la tambián fallida El país de la dama eléctrica. Fallida porque no termina de cerrar, pero lograda porque desde entonces el universo Cohen comenzó a desplegarse.

Y así tenemos a El oído absoluto.

Cohen cuenta en forma oblicua las relaciones interpersonales que se establecen en una pareja anclada en una isla en la que todos quieren vivir. Un lugar destinado a la felicidad donde sus visitantes son cuidadosamente seleccionados. Un lugar llamado Lorelei, fundado por un cantante popular del estilo de Palito Ortega, que hizo tanta guita que se le dio por una excentricidad de esta magnitud.

En Lorelei está el protagonista-escritor, su mujer, y la llegada del suegro que vendrá con una misteriosa misión. Bueno, no tan misteriosa: la de matar al cantante por haber rebajado la música a su expresión más vulgar.

El argumento le sirve a Cohen para varias cosas: para reflexionar, claro, sobre la música (y deja páginas filosóficas al respecto); para hablarnos de una relaciòn de amor con personalidades marcadas por el pasado (¿dictadura?); para meternos dentro de la novela negra cuando Borusso (el narrador) chusmea en zonas prohibidas para los habitantes (suena a Barriochino, de Polanski); y para responder a la pregunta inicial: cómo hacer ciencia ficción argentina.

Bueno, la respuesta está en el lenguaje. Cohen es traductor. Maneja palabras que son difíciles de encontrar en otros libros. Quizá parezca altivo o engreído por esto. No dice las cosas fáciles, sino que les da una vuelta, una retorcida. Incluso cuando uno relee una frase que le sonó erudita, descubre que es sencilla, pero ya viene cebado por la puntuación. Esa forma retorcida de decir las cosas puede entenderse como su poesía, porque Cohen tiene mucho de decir poético. Elijo una frase:

Yo también tenía rabia, mucha más porque los dos sabíamos qué me preocupaba: que Lotario viniese armado de un ventilador emocional y alborotase la modesta, protectora, pirámide de silencios que era nuestro estar juntos. Viéndola ahí, oscura contra el mercurio del río, tuve miedo que se desmenuzara.

¿Y dónde está la ciencia ficción? En el enturbamiento de las palabras: no se dice televisor, se dice monitor; no se dice auto, se dice flycar; un láser imprime las noticias en el cielo; Borusso consulta el I Ching, como lo hacía el protagonista de El hombre en el castillo, de Dick; los habitantes usan una pulsera anticólera, estando dominados así los actos de enojo y violencia.

Yo veo mucha similitud entre Cohen y el Indio Solari (el cantante de los Redondos) quien trabaja con residuos del inglés y con un imaginario que también proviene de la ciencia ficción clase b. Pero bueno, en esto hay que profundizar más y ofrecer muestras.

El mundo de Cohen no es fácil, en el sentido de que agarrás el libro y te lo lees así como el diario. Al igual que los buenos y verdaderos escritores, Cohen forma a sus lectores, en vez de encontrarlos ya formados.


1 comentario:

Yo digo: