martes, 8 de marzo de 2011

El señor de los venenos / Enrique Symns



Para quienes cumplimos con las formalidades de la sociedad occidental y cristiana (familia, trabajo, bienpensar), es inevitable sentirnos atraídos por quien rehúye de ella. Y si hay un nombre, es el de Enrique Symns, el ícono del periodismo contracultural de los ochenta; monologuista de los shows de Los redonditos de ricota en los viejos buenos tiempos.

Una vez vi a Symns en persona. Fue a mediados de los noventa, cuando en Mar del Plata hizo un fascinante monólogo de aproximadamente media hora, sentado tras un escritorio. El escritorio, una luz cenital y su verba. Además de su actuación, recuerdo a un hombre con consecuencias físicas de lo que nosotros, los mencionados gente bien, llamaríamos excesos: pelo desprolijo y pajizo, piel gris, dientes nicotinados, manos (o cuerpo entero) temblorosas. No quiero ser cruel, pero era una especie de bolsa maltratada que se constituía o solo podía constituirse, lo digo de nuevo, a través de su palabra. Como los poetas.

Y es con la palabra que Symns nos introduce en las peripecias de su pasado. En forma ordenada, y a través de diversos libros (Big Bad City; Asesino; y El señor de los venenos), nos viene contando cosas que pueden ser verdad o no. Verdaderas o no, no porque dudemos de que hayan ocurrido, sino porque a veces nos permitimos desconfiar de su enumeración de borracheras, cogidas, mamadas, rompeculedas, pajas, falopeadas, miserias, etc. La comparación es fácil, y por eso la uso: Symns y Bukowski, un solo corazón. Solo que en Symns, tal vez por su condición periodística, hay más de crónica que de ficción. Su vida está basada en hechos reales. Y el morbo siempre atrae.

En El señor de los venenos hay referencias a las drogas, pero no es un tratado sobre ellas como lo puede ser Conocimiento en el abismo, de Henry Michaux, quien se preocupaba por dejar prolija constancia de sus experiencias intravenosas. Quizá se parezca más a Yonqui, de Burroughs. Incluso sus inicios tienen algo de El juguete rabioso, de Arlt: delincuencia y sordidez. Las drogas para Symns constituyen una parte vital de su vida, pero no es un libro pedagógico o testimonial, sino que las menciona en un contexto donde pasan más cosas alrededor: Brasil, Cerdos y Peces (la revista que él creó), Chile, recitales, a rock, pensiones, delincuentes, locura, amigos extraterrestres: encuentros con seres que en definitiva eligieron o fueron elegidos para ser los marginales del sistema.

El libro en sí se agrupa en cinco partes que dan cuenta de períodos, comenzando en 1966 y terminando en el 2002. Pero a las tres cuartas partes el corpus empieza a desmoronarse y no es más que un recopilación de notas o anécdotas que se agradecen, pero que bien podrían no estar.

Vamos a los chismes: Pappo es calificado como un violador; el Indio Solari una persona con un profundo dolor que la sonrisa no disimula; con Willy Crook se entrenaron para hacer una maratón de insomnio usando coca y alcohol; Charly García más bla bla de falopero de lo que era (quiero decir, lo dice él: Symns era más falopero todavía); fiestas desvirga culos en los baños de Cemento con el pelado Cordera; y un sin número de anécdotas con personajes menos populares pero igual de atrayentes.


Hay algo en la escritura de Symns que destila verdad. Y eso creo que es el vocabulario: si quiere decir que le chuparon la pija, dice que le chuparon la pija, sin vueltas. Esa relación directa con las palabras que uno se cuidaría de decir, establece una cercanía con lo real que se hace difícil de sostener en el tiempo. Pero Symns lo sostiene. Le recriminamos que exagera, que quizá haya más de las que fueron, pero no que no fueron.

Tras su lectura, la revelación que podemos encontrar es que hay una dimensión desconocida que funciona en paralelo a la vida "normal". No sé si mejor o peor. Cada uno tiene su historia y arma su vida como puede. Más allá de su curiosidad vital, Symns tuvo una infancia de mierda. Y no es un dato menor. Quizá el desamor sea la droga más nefasta, la que te pega mal, la que te inicia en un viaje de ida del que tardas toda una vida en volver.


1 comentario:

Yo digo: